Este texto examina la evolución de los medios de comunicación hacia conglomerados multimedia, destacando su impacto en la agenda política y económica. Se analiza cómo esta tendencia se está expandiendo en América Latina y su influencia en la concentración de la propiedad de los medios. Además, se explora el papel de los conglomerados en la unificación cultural y se ofrece un panorama de la situación en Estados Unidos y América Latina.
La estructura empresarial de los medios de comunicación está experimentando cambios significativos. De servir como medios informativos y de entretenimiento bajo el control de empresas industriales, grupos capitalistas, partidos políticos o como instrumentos del Estado, ahora se están convirtiendo en conglomerados multimedia que establecen su propia agenda política y económica. Este fenómeno, ya presente en las principales economías del mundo, está comenzando a expandirse en América Latina y es probable que se profundice en los próximos años debido a la globalización. Los mensajes, considerados ahora como meros productos para distribución masiva, están fortaleciendo sus contenidos ideológicos para promover la economía de mercado, la homogeneización cultural y el consumismo, conceptos que benefician los intereses comerciales de los conglomerados.
En algunos países, esta tendencia persiste, pero la globalización está cambiando rápidamente la propiedad de los medios de comunicación. La formación de los llamados holdings informativos marca el rumbo. Grandes empresas, en su mayoría multinacionales, cuyo único interés comercial radica en la explotación de la información y el entretenimiento, están adquiriendo medios locales y nacionales con audiencias atractivas, lo que les permite consolidar grandes cadenas y eliminar la diversidad, sometiendo a los consumidores a una uniformidad informativa considerablemente mayor. Estos conglomerados ya no son simplemente el órgano informativo de un partido, ya que ellos mismos concentran un gran poder político y en ocasiones son los gobiernos locales los que se ven subordinados al imperio mediático.
En Estados Unidos, este fenómeno se presenta con mayor fuerza. A principios de la década de los ochenta, cerca de 50 empresas controlaban prácticamente todos los medios estadounidenses, lo que evidenciaba una gran concentración para un país con más de 200 millones de habitantes. Sin embargo, a pesar de la aparición de internet, el control de los medios de comunicación en ese país está ahora en manos de unos pocos conglomerados. Empresas como AOL, Disney, Seagram, Comcast, News Corporation y Sony se encuentran entre las más grandes del mundo, con tasas de crecimiento superiores al 100% en los últimos 20 años. Los periódicos son controlados por seis cadenas, siete corporaciones dominan la industria del libro y el 80% de los libros provienen de Barnes & Noble y Borders, mientras que cinco discográficas controlan el 87% de la industria del disco, por mencionar solo algunos ejemplos.
Los grandes conglomerados adquieren estaciones de televisión, canales de cable, productoras de cine, emisoras de radio, periódicos y revistas, portales de internet e incluso parques temáticos, como se espera que ocurra con la venta de Walt Disney. Cada una de las empresas que conforma el holding opera de manera independiente, pero reporta sus resultados financieros a la presidencia del conglomerado, y están obligadas a compartir las políticas comerciales y editoriales dictadas desde la cabeza.
En algunos casos, los conglomerados se forman mediante alianzas estratégicas para la producción y distribución de mensajes. Sin embargo, la mayoría de las veces, se deben a la compra de empresas en problemas que se convierten en parte de dicho conglomerado. Como suele suceder, el pez grande se come al chico.
Para estos grandes holdings informativos, los mensajes no son más que mercancías que se ofrecen en un mercado competitivo. Por lo tanto, los productos realizados deben cumplir con dos expectativas empresariales: ser económicos y cautivar a un amplio mercado para que los anunciantes puedan promocionar fácilmente los productos de consumo masivo.
Dentro de este esquema, la línea entre publicidad y contenido editorial se vuelve cada vez más delgada y, en muchos casos, es imperceptible para la audiencia, que en última instancia constituye el mercado de consumidores para los anunciantes. Además, la globalización y los avances tecnológicos que permiten acceder fácilmente a la televisión por cable e internet están logrando la homogeneización cultural, imponiendo agresivamente los patrones occidentales y eliminando gradualmente las idiosincrasias locales.
Los países latinoamericanos no han escapado a esta tendencia mundial. A partir de la última década del siglo XX, se ha comenzado a adoptar la nueva tendencia mercantil de formar holdings multimedia en la región. Algunas empresas locales han logrado traspasar las fronteras e intentan competir por la conquista del público hispano, incluida la colonia que reside en Estados Unidos.
Estos conglomerados multimedia en América Latina abarcan canales de televisión abierta, servicios de televisión por cable y suscripción, productoras de video, emisoras de radio, discográficas, periódicos, revistas, agencias de noticias, productoras de cine e internet, entre otros. Aunque considerablemente más pequeños que sus homólogos norteamericanos y europeos, han logrado establecer alianzas internacionales para ampliar su gama de productos. De esta manera, empresas como AOL y SKY logran una mayor penetración en el mundo hispano, mientras que el Grupo Cisneros y Televisa fortalecen su posición dominante en el ámbito subcontinental.
A diferencia de las grandes corporaciones estadounidenses, que cuentan con un presidente visible pero tienen una propiedad diseminada en múltiples accionistas, en América Latina predominan los grupos familiares que controlan la mayor parte de la propiedad de los conglomerados.
Frente al control de la información por parte de los particulares, algunos Estados han optado por crear o mantener algunos medios de carácter público que sirvan como alternativa y difusión de la cultura. Sin embargo, este objetivo, que en principio es saludable, a menudo se ve empañado por los intereses gubernamentales que utilizan los medios estatales como difusores de ideología, favoreciendo la tendencia política que ostenta el poder. Lo que queda en evidencia es el escaso papel que están desempeñando los Estados para legislar a favor de los intereses de la población en cuanto a su derecho a estar bien informados y respecto a la naturaleza de «bien público» que caracteriza a los medios de comunicación. Mastrini y Beltrán (2003) afirman que «la relación entre los gobiernos y los propietarios de medios se resolvió por la incapacidad de los gobiernos para fijar políticas hacia los propietarios de medios, a cambio de obtener un cierto control político sobre los contenidos».